En un nuevo capítulo de la saga «Promesas Incumplidas», el gobernador Maximiliano Pullaro vuelve a ser el protagonista estelar. Otra vez, la ciudad de Reconquista, se queda mirando desde el banco de suplentes mientras el Estado provincial reparte recursos a diestra y siniestra… pero nunca hacia Reconquista.
¿La promesa estelar? la pavimentación de la calle 44, entre la RN11 y Bv. Perón. Una obra que, según el mismísimo Pullaro, iba a ser «eficiente» y demostrar que el Estado tiene recursos. Spoiler: ni el asfalto, ni la eficiencia aparecieron. Corría el año 2023 cuando Pullaro, con esa sonrisa de candidato que todo lo puede, visitó Reconquista acompañado de dos figuras locales de peso: Coco Bascolo y Natalia Caparelli, hoy funcionarios de su gabinete e hijos pródigos de la ciudad. Con ellos a su lado, la promesa sonaba aún más cercana, más «de la casa».
¿Qué mejor que dos reconquistenses en el equipo para garantizar que las obras llegaran? Sin embargo, hasta hoy, las calles de Reconquista siguen tan desnudas como el día en que las prometió pavimentar, todo quedó más como un mito urbano que un proyecto real. Mientras tanto, pequeños pueblos de la región, con mucho menos peso económico y aportes al fisco provincial que Reconquista, han visto llegar asfalto, puentes y hasta rotondas que parecen sacadas de una maqueta de lujo. ¿Casualidad? No lo creo. Reconquista, esa ciudad que aporta con creces al PBI provincial, parece ser la Cenicienta de la gestión Pullaro: Reconquista trabaja, produce, pero a la hora del baile, se queda sin vestido ni carroza.
¿Es discriminación deliberada o simple desidia? Quizás un poco de ambas. Lo cierto es que el gobernador, junto a Bascolo y Caparelli, parece haber olvidado que las promesas no son caramelos para repartir en campaña; son compromisos que, de no cumplirse, terminan dejando a las ciudades como Reconquista con un sabor amargo y un pavimento que nunca llega.
Así que, señor Pullaro, si lee esto —y si Bascolo y Caparelli también lo hacen—, les recordamos: Reconquista no pide favores, exige lo que le corresponde. Y si no saben cómo cumplir, al menos tengan la decencia de no prometer. Porque, como dice el dicho, «el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones»… aunque, en este caso, ni empedrado está.